viernes, 31 de octubre de 2014

Hermann Mano Höllenreiner



Hermann Mano Höllenreiner
© Carl Hanser Verlag


Hermann Mano Höllenreiner, nació el 19 de octubre de 1933 en Hagen (Alemania) de padre Romaní y madre Judía, creció junto a su primo Hugo Höllenreiner en Munich Giesing.

En marzo de 1943 Hermann fue deportado junto a su familia desde Munich al campo de concentración y exterminio de Auschwitz-Birkenau en Polonia. El convoy de deportados arribó a aquel temible lugar el 16 de marzo de 1943, donde quedó registrado con el número de prisionero Z-3526 e internado en el Campo para Familias Gitanas en el sector BIIe de Birkenau. Allí sufrió los terribles “experimentos médicos” llevados a cabo por el médico nazi Josef Mengele.
 
 
Mano mostrando una foto en la que puede ver
a su familia; a la izquierda a su madre con él
y su hermana y a la derecha su padre de uniforme.
© hi OVB


En el transcurrir de 1944 las autoridades del complejo concentracionario nazi lo transfirieron al campo de concentración de Ravensbrück. Al poco tiempo de llegar logró esconderse y salvarse de la esterilización forzosa que estaban sufriendo los Romaníes internados en el campo. Posteriormente, en el invierno de ese año lo trasladaron junto a su padre al campo de concentración de Sachsenhausen.

 
Hermann Höllenreiner muestra su número
de prisionero d Auschwitz tatuado en el brazo.
© hi OVB


Su progenitor fue reclutado a finales de 1944 desde el campo de concentración para la Brigada Dirlewanger, en la lucha desesperada contra los rusos, luchando como un valiente soldado, para el ejército alemán en el campo de batalla en Lenggries.

Mientras tanto Mano permaneció solo en Sachsenhausen. Casi al final de la guerra las tropas rusas se encontraban muy cerca del campo. Los SS procedieron a la evacuación de los prisioneros. Mano, contaba solo once años, junto a algunos de sus primos padecieron una de las terribles marchas de la muerte. Los kilómetros a pie y la brutalidad de los SS perviven aún en la memoria de Hermann como uno de sus recuerdos más horribles de aquella dramática experiencia. Si alguien no podía caminar y se detenía los SS le disparaban. Mano, se hallaba cada vez más débil. Al décimo día en Belower-Wald él y sus primos consiguieron escapar. Intentaron sacar fuerza de flaqueza tratando de encontrar el camino de regreso a casa, a Munich, pero pronto el pequeño grupo de muchachos se disgregó y dispersó. Mano no podía más, su salud y sus fuerzas se hallaban bajo mínimos. Se encontraba en un camino rural en medio de la nada, se encontraba exhausto. Un grupo de prisioneros franceses, liberados del Stalag VI B, vieron al muchacho y lo montaron en su vehículo. Lo llevaron con ellos hasta Francia, concretamente a París. Le advirtieron en el camino que no debía dejar que nadie supiera de su origen alemán, en Francia los odiaban a muerte. De este modo fue como Mano, en un delirio inducido por la fiebre, la debilidad extrema, y por el miedo a regresar al campo de concentración, tomó la decisión de olvidar su pasado alemán. El único recuerdo de su padre que llevaba consigo, una foto vestido con el uniforme del ejército alemán y con la dirección  de su domicilio en el reverso, la rompió en mil pedazos. A partir de ese momento se le conoció sólo como Mano, un sobreviviente judío de un campo de concentración.

 
Mano muestra una foto donde se ven a él y su hermana.
© Der Spiegel


En París, primero fue internado en el Hospital para Niños Enfermos, posteriormente lo acogió la familia Fouqet, que lo trataron como a su propio hijo. Josephine Fouqet y su marido Felix formaban una familia alsaciana, la mujer pertenecía al servicio de voluntarias que se había formado para recibir a los deportados franceses que regresaban de los campos. Josephine se convertiría para Mano en la "Tía Fifine." Sin embargo, Mano presentaba verdaderas dificultades para integrarse en su nueva vida, se iría recuperando paulatinamente en el apartamento que la familia poseía en Pantin, convirtiéndose en el compañero de juegos de Paul, el único hijo de la pareja. Josephine y Felix nutrieron al niño enfermo, que poco a poco se acostumbró a la comida. Él no sabía en qué país se encontraba, y desconocía el idioma. Mano estaba seguro, en ese momento, que toda su familia había perecido en los campos. El nuevo entorno de Mano le hacía permanecer inquieto y adoptaba continuamente una actitud siempre a la defensiva, los dos años en los campos de concentración le estaban pasando factura, sentía pánico. Por la noche, sus temores eran mayores y se veía incapaz de dormir solo, de conciliar el sueño o de acostumbrarse a descansar en una cama de verdad. Sus cambios de humor sacaban a relucir su lado más agresivo, se negaba a permitir que nadie se acercara a él, tenía miedo a ser deportado de nuevo. Escuchaba continuamente maldiciones en francés acerca de los alemanes: "!! Sales Allemands, sales boches!!” "!! Sucios alemanes, sucios boches!!”
 
Mano en París
© Paul Fouquet


Con el tiempo Mano se fue abriendo poco a poco, comenzó a hablar sobre el tiempo que había estado prisionero de los nazis, relató que había estado en Auschwitz, Ravensbrück y Sachsenhausen, reveló su número de prisionero Z-3526, y que sufrió una marcha de la muerte. Mano estaba demacrado y eran frecuentes los problemas de salud debido a la desnutrición, además se le había formado un edema doloroso en sus pies y piernas, y su cuerpo mostraba las numerosas cicatrices de los dos años de abusos y palizas. Una y otra vez, breves escenas retrospectivas revelaban los traumas que experimentó en los campos, pero Mano prefería seguir guardándose para sí mismo su terrible historia. No relatababa mucho de su pasado a los demás, hecho este fatal porque sus padres habían sobrevivido y estaban buscando a su hijo.
 
En el verano de 1945 lo llevaron a unos campamentos de verano en el valle de Chevreuse para recuperarse junto con otros niños. Pero las huellas de su vida como prisionero se harían evidentes: le aterrorizaba ir por la noche al baño, a pesar de que éste estaba bien iluminado, esgrimía que si los SS veían la luz encendida se darían cuenta de que alguien había abandonado los barracones sin permiso y en el peor de los casos si lo descubrían podrían fusilarlo.
 
Pasaba el tiempo y la memoria de Mano se iba olvidando lentamente de la vida en los campos: se daba cada vez más cuenta de donde se encontraba y quién era y dónde se hallaba su verdadera familia. Quizás él nunca los hubo olvidado. Se sentía alemán. Él no se lo podía decir a nadie por miedo a recibir un disparo, pero su silencio también significaba que nunca tendría la oportunidad de regresar al lado de los suyos, eso, suponiendo que todavía estuviesen vivos. Por otra parte, se sentía como en casa con los Fouqet, ellos se habían convertido en una nueva familia para él, y este dilema condujo a Mano a guardar silencio durante un largo tiempo, debido a que todavía presentaba momentos de agresividad e inquietud, decidieron llevar a Mano a una clínica psiquiátrica para que le realizaran un examen médico antes de que empezase la escuela. Le dieron un nuevo nombre: André Mano, pensando que de lo contrario no sería tratado correctamente. Lo diagnosticaron incorrectamente, y comenzaron a tratarlo con descargas eléctricas para calmarlo. Naturalmente, el procedimiento produjo el efecto contrario: Cada vez se despertaban  más los recuerdos de los campos de concentración en él, y la poca estabilidad mental que era capaz de alcanzar, hacían imposible seguir viviendo con la familia Fouqet. Mano fue internado en el orfanato de St. Maur y pasado un tiempo entregado en adopción.
 

Artículo aparecido en L’Aube en junio de 1946.
© Paul Fouquet


Sin embargo, el destino de Mano cambió una vez más para mejor: fue acogido por los Chevrier, una pareja de enamorados, maestros de profesión en Le Havre, le enseñaron a leer y escribir. Poco a poco, Mano aprendió a confiar en ellos y les iba, paulatinamente, contando retazos de su vida anterior en Alemania, que ahora comenzaba a recordar en detalle. Los Chevrier se embarcaron en un viaje en busca de los padres de Mano Höllenreiner. Contaban para ello con la ayuda de la activista de la Resistencia Madeleine Marcheix-Thoumyre, quien fundó un servicio de búsqueda de personas desplazadas. Ella era amiga de la señora Chevrier y le preguntaba al chico una y otra vez por sus padres. Poco a poco Mano reveló más detalles de su familia como por ejemplo que su padre era artista del Circus Krone de Munich y se apellidaba Höllenreiner

 Después de mucho esfuerzo, finalmente la familia Romaní consiguió reencontrarse en Munich en diciembre de 1946, ambos padres, la hermana, el abuelo y los primos sobrevivieron a la muerte en los campos. Los números de prisioneros continuaban tatuados en los brazos del padre y el hijo, la prueba fehaciente del destino padecido.
 
© Hanser, Schlüter


 
"Los franceses me salvaron" narra Mano. Nunca se olvidó de su "hermano" Paul, aunque tardaron 62 años en volver a verse y todo debido a un pequeño milagro. El primo de Paul, que vive en Alsacia, vio en la televisión alemana un documental sobre el asesinato de los Romaníes en la época nazi, en él aparecía Mano brevemente. Tras algunas vicisitudes lograron ponerse en contacto y por fin pudieron abrazarse después de tanto tiempo. Paul aún conservaba todas las fotos.

Mano, tras volver a casa se casó con Else y vive en Mettenheim, es delegado del Centro de Documentación y Cultura de los Sinti y Romá alemanes. Da conferencias, entrevistas y discursos allá donde lo llaman para testimoniar su sufrimiento y el de su pueblo durante la etapa nacionalsocialista en Alemania. Pero esto no fue siempre así, Hermann Höllenreiner tuvo que superar a lo largo de mucho tiempo el trauma para conseguir ser capaz de hablar abiertamente sobre su pasado. Su mujer y su hija Carolin supieron desde siempre que Hermann había estado en un campo de concentración, pero no lo que le sucedió allí. Pero en 2004 logró romper su silencio por primera vez cuando recibió una invitación para conmemorar el Día del Holocausto en Sachsenhausen, a su regresó después de casi 60 años a ese lugar, le tembló todo el cuerpo, apenas pudo hablar. Los recuerdos volvieron de nuevo, pero le hicieron sentir la necesidad de narrar a los demás su sufrimiento y el de su pueblo.

 
Los sobrevivientes del Holocausto; mi querido,
admirado y añorado Franz Rosenbach (izq.)
y Hermann Höllenreiner (der.) describen
a un grupo de jóvenes el terror de la persecución nazi.
© Dokumentations und Kulturzentrum Deutscher Sinti und Roma


En 2008 Anja Tuckermann publicó el libro “Mano” donde se narra la experiencia vital de Hermann Höllenereiner.
Portada del libro titulado Mano de Anja Tuckermann
© Carl Hanser Verlag


El 28 de febrero de 2013 recibió la Cruz Federal al mérito (Bundesverdienstkreu)
 
Momento solemne: Hermann Höllenreiner y el

Ministro de Cultura Dr. Ludwig Spaenle
en el momento de la entrega de la Cruz federal al Mérito
© Innsaalzach24




Fuentes:

- Mano. Der Junge, der nicht wusste, wo er war. Anja Tuckermann. Carl Hanser Verlag. München 2008. Texto de Anna Hein.

- “Mettenheim: Mit Wulff nach Auschwitz” Artículo aparecido en OVB del Mühldorfer Anzeiger el 27 de enero de 2011

- “Beim Papst in Berlin” Artículo aparecido en OVB del Mühldorfer Anzeiger el 17 de septiembre de 2011.

- Memorial Book: The Gypsies at Auschwitz-Birkenau. State Museum of Auschwitz- Birkenau. K.G. Saur, New York. 1993. Volumen II. Páginas 936-937.

- Häftling Z-3526. Hermann Höllenreiner wird schon als Kind in ein Konzentrationslager deportiert. Innfloh Die Schülerzeitung des RGM. Ausgabe 1/2012. Philipp Latzelsperger, Timm Huber y Christian Corvin. Pagina 34