miércoles, 30 de septiembre de 2015

Anuţa Branzan

Anuţa Branzan
© Colección privada Michelle Kelso


Anuţa Branzan nació en 1934 en Rosiori de Vede, una ciudad situada al sur de Rumanía a unos 120 km. de la capital.

Anuţa vivía junto a sus padres y sus tres hermanas; Marieta la mayor, y las pequeñas Margareta y Verginia. Formaban una familia muy unida, pobres, pero inmensamente felices. Habitaban una modesta vivienda de tan solo dos habitaciones con “solería” de tierra. Su padre se llamaba Pavel Radu, un hombre que se mostraba siempre cariñoso con todos y dividía su vida; entre el amor a su familia, su trabajo de zapatero y la música, en el escaso tiempo que le quedaba libre. Su madre, Constantina, se dedicaba a las tareas del hogar y echando una mano a los familiares que vivían en las cercanías.

Corría el mes de septiembre de 1942, Anuţa y sus hermanas se preparaban como las demás chiquillas para comenzar el nuevo curso escolar, nuestra protagonista contaba tan solo ocho añitos, mas el destino y el discurrir del enrevesado camino de la vida les tenía guardada una terrible sorpresa… la policía llegó hasta la vivienda donde residían, llegaron de noche… les comunicaron que iban a ser reasentados en otro lugar del país.

Anuţa Branzan - segunda por la derecha - y sus hermanas 
en 1942. Una de sus tías las llevó a un estudio fotográfico 
pocos días antes de la deportación.
© Colección privada Michelle Kelso, Ann Arbor / Michigan, EE.UU.

Aquella misma jornada trasladaron a la familia hasta el campo de fútbol de una ciudad cercana, ahí permanecieron retenidos hasta que días después los subieron a un tren compuesto de vagones para transporte de ganado con el objeto de deportarlos junto a otros 13.000 Romaníes hasta Transnistria, región  a la que ya habían trasladado en el transcurso de meses anteriores a los Gitanos nómadas.

Tras un largo viaje repleto de sufrimiento y penalidades llegaron al destino prefijado por las autoridades rumanas, lo que allí vivirían todas estas personas resultaría dantesco, dramático, inenarrable. En un principio los ubicaron en campos abiertos o en graneros abandonados para finalmente alojarlos en refugios más permanentes. Anuţa recuerda que en torno a un mes durmieron a cielo raso. Con posterioridad los reubicaron en una granja, donde había un granero y un almacén, pero… en ese lugar no había sitio para todos por lo que muchos de ellos tuvieron que permanecer a la intemperie. Más tarde, los trasladaron con carros de caballos a diversos cuarteles militares situados en la costa, muy cerca de la ciudad de Oceacov, permanecieron recluidos durante dos meses. Finalmente, las autoridades decidieron dividir a los Romaníes; por un lado los Gitanos tradicionales, por otro los Gitanos asimilados. A Anuţa y su familia los condujeron a Vladimirovka, una pequeña localidad que tenía sólo dos calles. Los responsables reorganizaron el pueblo, obligaron a los rusos que vivían a instalarse en una calle y los Gitanos quedaron concentrados en la otra, situaron a tantas familias como se podían meter en las viviendas. En total más de 700 Romaníes se hacinaban en aquella aldea, de tres a cinco familias por casa. Había gendarmes rumanos que los vigilaban constantemente.

Durante el tiempo que permanecieron allí los llevaron un par de veces a trabajar en el campo, la tarea consistía en cortar las malas hierbas que crecían en los campos de maíz. Aunque Anuţa era una niña la obligaron también a realizar este tipo trabajos. Las mujeres rusas le gritaban: "¡Vamos, tú también. Anushka, al maíz!" Anuţa recuerda que en una ocasión dos gendarmes rumanos la sorprendieron en el campo rebuscando algo que llevarse a la boca, tras descubrirla, la golpearon con el látigo con tanta fuerza que del miedo que pasó se cagó patas abajo. Los gendarmes le dijeron que si alguna vez la volvían a ver por allí de nuevo, la matarían.

Sobrevivir cada día en aquel lugar resultaba tremendamente difícil, todo estaba prohibido, todo, incluso salir de casa sin el permiso de los gendarmes. El contacto entre lugareños y deportados estaba muy limitado, a pesar de que los rusos vivían en la otra calle sólo se encontraban con ellos en los campos de trabajo o cuando los guardias permitían a los propietarios rusos comprobar cómo se hallaban sus antiguas casas ahora ocupadas por los Romaníes, o también cuando había que enterrar a los muertos... Ni siquiera les permitían ir a buscar un poco de agua. Cuando el carro con el agua llegaba, los policías llamaban a las puertas de las viviendas y gritaban desde la calle para que los Gitanos saliesen con su cubo, jarras, tazas o cualquier objeto donde almacenar el agua de la carreta. Si no tenías nada donde guardar el agua o si no podías salir porque estabas enfermo, te quedabas sin agua. Ni siquiera un poco de agua con la que humedecer los labios, nada de nada… y eso significaba la muerte segura.

Con la alimentación ocurría otro tanto, las raciones, por otorgarles un nombre, resultaban escasas y el hambre apretaba y dolía. Allí no había comida. Al principio, durante un tiempo los guardias les entregaban una lata con cereales, de esas que se dan a los animales, pero esto no duró más de dos o tres meses… después dejaron de entregarles la ración diaria y desde ese momento ya no repartieron absolutamente nada.

En el verano siguiente les dieron forraje para comer, hierbas, raíces. Todos se hallaban esqueléticos. Condenados a una muerte inminente. Anuţa  narra que se sentían como animales salvajes. Sólo les quedaba esperar la llegada de la señora de la guadaña. En el día a día era lo único que esperaban en aquel maldito lugar.

No había médico, ni medicinas. Anuţa, una chiquilla de ocho o nueve años de edad, ¿qué podía hacer para sobrevivir? Mientras sus padres se mantuvieron con vida, la niña no sufrió mucho. Su madre les repartía su ración de comida. Su padre, para alimentarlos, vendió todo lo que poseían, incluso la mayor parte de la ropa.

Pero todo se complicaba día a día, una chica joven, que vivía en la misma casa de Anuţa, enfermó de tifus. Pavel, el padre de nuestra protagonista la sacó de allí para evitar que los demás enfermaran. Pero en mitad de tanta calamidad pronto contrajeron la enfermedad. Su madre dejó de comer, ni siquiera bebía agua, se pasaba el día golpeando su cabeza contra las paredes, lamentando su destino, iba de un lado a otro de la vivienda y lloraba, gritaba, imploraba: "No puedo ver a mis hijas así, no tienen pan, ni tan siquiera agua " Su madre sufría viéndolos en aquel estado. Constantina enfermó y a los tres o cuatro días de contraer la enfermedad murió de tifus. La noche que su madre falleció, su hermana mediana durmió en sus brazos toda la noche. Margareta no sabía que estaba muerta. Anuţa se percató del fallecimiento de su madre cuando su padre comenzó a llorar, y entre llantos dijeron: "¡Se acabó, ha muerto!"

Los rusos que vivían en la otra calle del pueblo eran los encargados de enterrar a los muertos. Para llevarlo a cabo llevaban un gancho de unos cinco metros de largo y un carro, para evitar acercarse a los enfermos. Obligaban a las personas de la casa a cargarlos en el carro. Todos los días iban y venían con el carro lleno, llamaban a la ventana de las casas para preguntar si había algún muerto. En las afueras de la localidad habían cavado una gran fosa y en ese lugar enterraron a cientos de personas.
Anuţa no ha podido olvidar aquel día, por la mañana:
Un hombre llamó a la ventana.
 - ¿Tienen muertos?, preguntó.
- Sí, contestó Pavel.
Su hermana levantó la mirada e inquirió
- ¿Quién ha muerto, papá?
- Mamá…
Llanto y dolor en grito por la pérdida de una madre. Su padre tuvo que trasladar el cuerpo de su mujer hasta el carro… soledad de un hombre en mitad de una calle, soledad y tristeza en los ojos de tres niñas viendo como se llevan a su madre…

Poco tiempo después murió su padre. Las tres chiquillas se quedaron solas, sin nadie que cuidara de ellas, sin ninguna ayuda, abandonadas a su suerte… pero tenían la fe de sobrevivir y se buscaron la vida como pudieron.... “Fue sólo a través del poder de Dios el que nos hizo resistir

Anuţa Branzan mostrando la foto que les 
hicieron en 1942 de ella y sus hermanas.
© Livio Senigallesi Buenavista photo

Fuentes:
-  Recognizing the Roma: a study of the Holocaust as viewed in Romania. Michelle L. Kelso
- Gypsy Deportation from Romania to Transnistria 1942-44. In the Shadow of the Swastika. Michelle Kelso, Hartfield 1999; Viorel Achim, Documente privind deportarea tiganilor in Romania, Editura Enciclopedica, Bucuresti, 2004.
- Deportation to Transnistria. The Story of Anuta Branzan. Web Roma Sinti Genocide.
- Right to Remember A Handbook for Education with Young People on the Roma Genocide. Ellie Keen. Editado por Rui Gomes. Council of Europe, 2014. Pág. 105