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Sofia Taikon
© Archivo familiar
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Sofía era una niña Romaní polaca
nacida en 1931 con el apellido Brzezinska, vivía junto a su familia a las
afueras de la capital, Varsovia. Sus hermanos se llamaban Anna, Kristina y
Josef. Su papá era tratante de caballos, su mamá leía la buenaventura.
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Familia de Sofia
© Tranan/Podium
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Su infancia transcurría en mitad de
la felicidad propia de la niñez. Sofía se peinaba su espléndido pelo negro con
dos largas trenzas. Los inviernos eran extremadamente duros y fríos. En el
verano se reunían con otros parientes y con sus carromatos recorrían los
caminos de Polonia yendo de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad. Conforme iba
cumpliendo años comenzó a tomar conciencia de que un gran número de personas no
los trataban, a ella y su familia, como a los demás, sino que los miraban de
manera diferente por ser Gitanos.
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Noche de verano
© Tranan/Podium
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A Sofía le encantaba ayudar a su
padres; buscar leña por los bosques y por supuesto tras traer agua de alguna fuente o de cualquier riachuelo,
no olvidarse nunca de que los cubos siempre quedaran llenos de agua porque sino
se atrae a la mala suerte. Sofía y sus hermanos no fueron a la escuela. En su
casa hablaban romanó.
La vida transcurría dentro de la
normalidad hasta que llegó el fatídico 1 septiembre de 1939, los nazis
invadieron Polonia y la vida de Sofia y su familia cambió para siempre.
El miedo asomaba por todas partes. En
el invierno de 1942 los alemanes llegaron hasta su casa, los nazis se estaban
llevando detenidos a los Romaníes, la familia consiguió huir y esconderse en un
bosque cercano, cuando el peligro pasó volvieron a su hogar. Un día, su
angustia aumentó cuando llegó hasta su casa un hombre que había escapado de los
nazis y les contó que habían fusilado a toda su familia solo por el hecho de
que eran Gitanos. La familia de Sofia se dispuso a huir, pero escapar de los
nazis resultaba algo prácticamente imposible, los caminos se hallaban
fuertemente vigilados. Finalmente los alemanes los detuvieron, se los llevaron
en un camión y los condujeron hasta un edificio donde les hicieron muchas
preguntas, los fotografiaron y un doctor examinó sus labios, sus dientes, les tomó
medidas de su nariz, de su cabeza y de su frente, tomaron sus huellas
dactilares y les sacaron sangre, tras esto los enviaron de nuevo de vuelta a
casa. Pero pronto los soldados nazis regresaron. Sus padres, al ver los
soldados armados ante la puerta, conminaron a los pequeños para que corrieran y
de nuevo se escondieran en el bosque, cuando los jóvenes regresaron a casa todo
estaba destrozado, y lo peor, se habían llevado a sus padres. Los chiquillos
permanecieron ocultos unos días en la protección que les brindaba la espesura
del bosque, pero el hambre dolía de forma insoportable. Su hermano Josef
intentó salir y buscar comida. Pidió algo de comer a unos polacos, pero en
lugar de entregarle algún que otro alimento los entregaron a los alemanes. Su
hermana Anna consiguió quedarse escondida en el bosque.
Los alemanes condujeron a los niños
hasta un extraño lugar rodeado de alambradas, era un gueto. Allí los tres
pequeños se reencontraron con sus padres. Cada día, más y más camiones llegaban
cargados de personas (Gitanos, judíos, polacos…)
En 1943 la familia fue deportada al
campo de concentración y exterminio de Auschwitz-Birkenau. Sofía contaba
entonces con tan solo doce años de edad, como ella misma afirma “ya nunca más volví a ser Sofía Brzezinska,
desde ese momento no fui nada más que un número, Z-4515” En el
Zigeunerlager de Birkenau la familia permaneció unida hasta que en el
transcurrir de 1944 Sofía fue separada de su familia y transferida al campo de
concentración de Ravensbrück, logrando de este modo salvarse de la terrible
noche del 2 al 3 de agosto de 1944 en la que los Gitanos que permanecían en
Birkenau murieron asesinados en las cámaras de gas, la Zigeunernacht.
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Interior de un barracón del
Zigeunerlager Birkenau.
© Tranan/Podium
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El recuerdo que siempre tuvo Sofía de
su paso por los campos fue de dolor, mucho dolor, pero también de solidaridad,
la solidaridad de muchas personas que la ayudaron en pequeñas cosas, pero esas
pequeñas muestras de apoyo la ayudaron a mantenerse en pie, a seguir luchando
por vivir.
Sofia sobrevivió a los campos de
concentración, al Porrajmos.
Poco antes del fin de la guerra fue
enviada a Suecia como refugiada en los conocidos como “Buses Blancos”. Fue este
un programa llevado a cabo por la Cruz Roja de Suecia y el Gobierno de
Dinamarca en la primavera de 1945 para rescatar a prisioneros de los campos de
concentración en las zonas bajo control de los nazis y transportarlas a Suecia,
un país neutral. Aunque el programa se orientó inicialmente a salvar a los
ciudadanos de los países escandinavos, se expandió rápidamente para incluir a
ciudadanos de otros países. En total, el programa trasladó a 15.345 prisioneros
salvándolos de la muerte en los campos de concentración, de estos 7.795 eran de
origen escandinavo y 7.550 eran no-escandinavos, entre estos últimos se
encontraba Sofia.
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Autobuses Blancos de la Cruz
Roja de Suecia en
Alemania hacia el final de la
Segunda Guerra Mundial.
© Cruz Roja sueca
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Poco a poco, Sofia, se adaptó a la
forma de vida sueca. Las heridas de su paso por el infierno nunca cicatrizaron,
pero la vida continuó su devenir, con el tiempo se enamoró, se casó con Janko y
formó una familia. Durante muchos años buscó el paradero de su familia, pero su
búsqueda resultó vana, no volviendo a saber que fue de sus padres y hermanos.
Aprendió a convivir con el dolor de la ausencia, viendo como crecían primero
sus hijos y luego sus nietos, pero en un rinconcito de su corazón quedó el amor
por aquellos que en la noche más negra de la Humanidad desaparecieron sin dejar
rastro, olvidados entre las cifras del infierno, en el Porrajmos.
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Sofia Taikon
fotografiada
en su juventud. Suecia.
© Archivo familiar
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Un día de 2005, su nieto, mientras
jugaba junto a ella, observó un número tatuado en el brazo de su abuela y con
la ganas de saber que tienen los niños le pidió que le contara acerca de ese
número tatuado. En un primer momento, Sofía prefirió no hablar, demasiado el
dolor el que guardaba su alma, demasiadas lágrimas encerraban aquella
letra Z y cuatro números, pero ante la insistencia del pequeño, finalmente
accedió a contarle su historia, su larga y terrible historia… su infancia
feliz, junto a sus padres, hermanos y parientes, llena de juegos alrededor de
una hoguera y un cielo estrellado de verano en la Polonia de antes de la guerra
y como toda esa forma de entender la vida acabó para siempre el día que dejó de
ser una niña para convertirse en un número, también le narró los años negros
del Porrajmos. El marido de Sofía reprendió a su esposa por contarle su
historia al niño “No deberías haberle
contado todo eso. Sólo has provocado que esté triste.”
Mas, además de a sus nietos Sofía le relató
sus experiencias a la autora, Gunilla Lundgren, que se decidió a realizar un
espectacular y didáctico cómic con ilustraciones de Amanda Eriksson enel que se
narra la vida de Sofia.
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Portada del libro Sofia Z-4515.
© Tranan/Podium
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Sofía murió en 2005, sólo unos meses
antes de la publicación de la edición original sueca del libro.
Sofia Taikon
Brzezinska te bisterdon tumare anava.
Fuentes:
- Sofia Taikon. Genocidio de los
Sinti y Romá.
- Sofia Z-4515. Gunilla Lundgren,
Sofía Taikon, ilustrado por Amanda Eriksson. Tranan. 2005.
- The White Buses. The Swedish Red
Cross rescue action in Germany during the Second World War. Agneta Greayer
y Sonja Sjöstrand. Cruz Roja de Estocolmo. Enero 2000.
- Memorial Book: The
Gypsies at Auschwitz-Birkenau. State Museum of Auschwitz- Birkenau. K.G. Saur,
New York. 1993. Volumen I. Páginas 316-317