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Anuţa
Branzan
©
Colección privada Michelle Kelso
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Anuţa Branzan nació en
1934 en Rosiori de Vede, una ciudad situada al sur de Rumanía a unos 120 km . de la capital.
Anuţa vivía junto a
sus padres y sus tres hermanas; Marieta la mayor, y las pequeñas Margareta y
Verginia. Formaban una
familia muy unida, pobres, pero inmensamente felices. Habitaban una modesta
vivienda de tan solo dos habitaciones con “solería” de tierra. Su padre se
llamaba Pavel Radu, un hombre que se mostraba siempre cariñoso con todos y dividía
su vida; entre el amor a su familia, su trabajo de zapatero y la música, en el
escaso tiempo que le quedaba libre. Su madre, Constantina, se dedicaba a las
tareas del hogar y echando una mano a los familiares que vivían en las
cercanías.
Corría el mes de
septiembre de 1942, Anuţa y sus hermanas se preparaban como las demás
chiquillas para comenzar el nuevo curso escolar, nuestra protagonista contaba tan
solo ocho añitos, mas el destino y el discurrir del enrevesado camino de la
vida les tenía guardada una terrible sorpresa… la policía llegó hasta la
vivienda donde residían, llegaron de noche… les comunicaron que iban a ser
reasentados en otro lugar del país.
Aquella misma jornada
trasladaron a la familia hasta el campo de fútbol de una ciudad cercana, ahí
permanecieron retenidos hasta que días después los subieron a un tren compuesto
de vagones para transporte de ganado con el objeto de deportarlos junto a otros
13.000 Romaníes hasta Transnistria, región a la que ya habían trasladado en el transcurso
de meses anteriores a los Gitanos nómadas.
Tras un largo viaje repleto
de sufrimiento y penalidades llegaron al destino prefijado por las autoridades
rumanas, lo que allí vivirían todas estas personas resultaría dantesco,
dramático, inenarrable. En un principio los ubicaron en campos abiertos o en graneros
abandonados para finalmente alojarlos en refugios más permanentes. Anuţa
recuerda que en torno a un mes durmieron a cielo raso. Con posterioridad los reubicaron
en una granja, donde había un granero y un almacén, pero… en ese lugar no había
sitio para todos por lo que muchos de ellos tuvieron que permanecer a la
intemperie. Más tarde, los trasladaron con carros de caballos a diversos
cuarteles militares situados en la costa, muy cerca de la ciudad de Oceacov, permanecieron
recluidos durante dos meses. Finalmente, las autoridades decidieron dividir a
los Romaníes; por un lado los Gitanos tradicionales, por otro los Gitanos
asimilados. A Anuţa y su familia los condujeron a Vladimirovka, una pequeña
localidad que tenía sólo dos calles. Los responsables reorganizaron el pueblo, obligaron
a los rusos que vivían a instalarse en una calle y los Gitanos quedaron
concentrados en la otra, situaron a tantas familias como se podían meter en las
viviendas. En total más de 700 Romaníes se hacinaban en aquella aldea, de tres
a cinco familias por casa. Había gendarmes rumanos que los vigilaban
constantemente.
Durante el tiempo que
permanecieron allí los llevaron un par de veces a trabajar en el campo, la
tarea consistía en cortar las malas hierbas que crecían en los campos de maíz. Aunque
Anuţa era una niña la obligaron también a realizar este tipo trabajos. Las
mujeres rusas le gritaban: "¡Vamos, tú también. Anushka, al maíz!"
Anuţa recuerda que en una ocasión dos gendarmes rumanos la sorprendieron en el
campo rebuscando algo que llevarse a la boca, tras descubrirla, la golpearon
con el látigo con tanta fuerza que del miedo que pasó se cagó patas abajo. Los
gendarmes le dijeron que si alguna vez la volvían a ver por allí de nuevo, la
matarían.
Sobrevivir cada día en
aquel lugar resultaba tremendamente difícil, todo estaba prohibido, todo, incluso
salir de casa sin el permiso de los gendarmes. El contacto entre lugareños y
deportados estaba muy limitado, a pesar de que los rusos vivían en la otra
calle sólo se encontraban con ellos en los campos de trabajo o cuando los
guardias permitían a los propietarios rusos comprobar cómo se hallaban sus antiguas
casas ahora ocupadas por los Romaníes, o también cuando había que enterrar a
los muertos... Ni siquiera les permitían ir a buscar un poco de agua. Cuando el
carro con el agua llegaba, los policías llamaban a las puertas de las viviendas
y gritaban desde la calle para que los Gitanos saliesen con su cubo, jarras,
tazas o cualquier objeto donde almacenar el agua de la carreta. Si no tenías
nada donde guardar el agua o si no podías salir porque estabas enfermo, te
quedabas sin agua. Ni siquiera un poco de agua con la que humedecer los labios,
nada de nada… y eso significaba la muerte segura.
Con la alimentación ocurría
otro tanto, las raciones, por otorgarles un nombre, resultaban escasas y el
hambre apretaba y dolía. Allí no había comida. Al principio, durante un tiempo los
guardias les entregaban una lata con cereales, de esas que se dan a los animales,
pero esto no duró más de dos o tres meses… después dejaron de entregarles la
ración diaria y desde ese momento ya no repartieron absolutamente nada.
En el verano
siguiente les dieron forraje para comer, hierbas, raíces. Todos se hallaban
esqueléticos. Condenados a una muerte inminente. Anuţa narra que se sentían como animales salvajes. Sólo
les quedaba esperar la llegada de la señora de la guadaña. En el día a día era
lo único que esperaban en aquel maldito lugar.
No había médico, ni
medicinas. Anuţa, una chiquilla de ocho o nueve años de edad, ¿qué podía hacer
para sobrevivir? Mientras sus padres se mantuvieron con vida, la niña no sufrió
mucho. Su madre les repartía su ración de comida. Su padre, para alimentarlos,
vendió todo lo que poseían, incluso la mayor parte de la ropa.
Pero todo se
complicaba día a día, una chica joven, que vivía en la misma casa de Anuţa, enfermó
de tifus. Pavel, el padre de nuestra protagonista la sacó de allí para evitar
que los demás enfermaran. Pero en mitad de tanta calamidad pronto contrajeron
la enfermedad. Su madre dejó de comer, ni siquiera bebía agua, se pasaba el día
golpeando su cabeza contra las paredes, lamentando su destino, iba de un lado a
otro de la vivienda y lloraba, gritaba, imploraba: "No puedo ver a mis
hijas así, no tienen pan, ni tan siquiera agua " Su madre sufría
viéndolos en aquel estado. Constantina enfermó y a los tres o cuatro días de
contraer la enfermedad murió de tifus. La noche que su madre falleció, su
hermana mediana durmió en sus brazos toda la noche. Margareta no sabía que
estaba muerta. Anuţa se percató del fallecimiento de su madre cuando su padre
comenzó a llorar, y entre llantos dijeron: "¡Se acabó, ha muerto!"
Los rusos que vivían
en la otra calle del pueblo eran los encargados de enterrar a los muertos. Para
llevarlo a cabo llevaban un gancho de unos cinco metros de largo y un carro, para
evitar acercarse a los enfermos. Obligaban a las personas de la casa a cargarlos
en el carro. Todos los días iban y venían con el carro lleno, llamaban a la
ventana de las casas para preguntar si había algún muerto. En las afueras de la
localidad habían cavado una gran fosa y en ese lugar enterraron a cientos de
personas.
Anuţa no ha podido
olvidar aquel día, por la mañana:
Un hombre llamó a la ventana.
- ¿Tienen
muertos?, preguntó.
- Sí, contestó Pavel.
Su hermana levantó la mirada e inquirió
- ¿Quién ha muerto, papá?
- Mamá…
Llanto y dolor en
grito por la pérdida de una madre. Su padre tuvo que trasladar el cuerpo de su
mujer hasta el carro… soledad de un hombre en mitad de una calle, soledad y tristeza
en los ojos de tres niñas viendo como se llevan a su madre…
Poco tiempo después
murió su padre. Las tres chiquillas se quedaron solas, sin nadie que cuidara de
ellas, sin ninguna ayuda, abandonadas a su suerte… pero tenían la fe de
sobrevivir y se buscaron la vida como pudieron.... “Fue sólo a través del
poder de Dios el que nos hizo resistir”
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Anuţa
Branzan mostrando la foto que les
hicieron en 1942 de ella y sus hermanas.
©
Livio Senigallesi Buenavista photo
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Fuentes:
- Recognizing the
Roma: a study of the Holocaust as viewed in Romania. Michelle L. Kelso
- Gypsy Deportation from Romania to Transnistria 1942-44. In the Shadow of the Swastika. Michelle
Kelso, Hartfield 1999; Viorel Achim, Documente privind deportarea tiganilor in
Romania, Editura Enciclopedica, Bucuresti, 2004.
- Deportation to
Transnistria. The Story of Anuta Branzan. Web Roma Sinti Genocide.
- Right to Remember A Handbook for Education with Young People on the
Roma Genocide. Ellie Keen. Editado
por Rui Gomes. Council of Europe, 2014. Pág. 105