Papuşa Ciuraru
© Aftonbladet
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El camino se torna largo, difícil, con
escabrosa e intrincada vereda aún por recorrer. La II Guerra Mundial queda
lejos temporalmente, pero, el terrible sufrimiento padecido durante el Porrajmos por
el pueblo Romaní se observa muy cercano, real, actual. Hoy les narraré una
historia, el dolor de toda una vida Gitana oscurecida tras el silencio y la soledad, ante la pasividad e incomprensión de las
autoridades que saben cuanto se ha sufrido y que giran sus miradas hacia otro
lado.
Papuşa Ciuraru, nació en
torno al año 1934 en la ciudad de Buhuşi en el noreste de Rumanía.
Su padre y su abuelo como
tantos Gitanos eran expertos caldereros. La familia llevaba una forma de vida
nómada, viajando de pueblo en pueblo, con sus caballos y carretas, vendiendo
sus calderas de cobre.
La vida se complicó para
la familia un día de invierno de 1942, la nieve cubría todo con su manto
blanco, era una mañana como tantas otras, pero aquella sería fatalmente diferente.
La policía rumana rodeó la zona en la que acampaban y comenzó a disparar al
aire, Papuşa, una niña de unos ocho años, recuerda de manera nítida como su
padre corrió rápidamente hacia los niños para protegerlos de los policías.
A la familia de Papuşa les
quitaron sus pertenencias y los obligaron a salir en una larga marcha de 200 kilómetros , su
destino se encontraba en la región de Transnistria. El dictador rumano Ion
Antonescu, aliado de Hitler, decidió deportar a la población Romaní hasta ese
lugar, un área conquistada a la Unión Soviética entre las actuales Moldavia y
Ucrania, donde decenas de miles de judíos ya había sido previamente deportados.
Papuşa guarda en su memoria el sufrimiento de aquellos días, no ha podido
olvidar como debido al cansancio del extenuante camino su madre la cargaba
sobre sus hombros caminando dificultosamente sobre la nieve. Nadie conocía el
lugar dónde los llevaban ni qué les iba a ocurrir.
Por fin tras muchas
jornadas llegaron a un pedazo de tierra infértil situada entre dos ríos, Papuşa
rememora que extendieron tallos de maíz en el suelo frío y congelado y durmieron
sobre ellos como buenamente pudieron. A los pocos días la enviaron junto con
otros niños para tratar de rebuscar patatas y remolacha azucarera en los campos
cercanos.
Comían de lo que encontraban,
pero lo que hallaban resultaba insuficiente. Niños y ancianos pronto fueron los
más afectados, diariamente muchas personas morían de hambre o congelados por el
intenso frío o a causa de enfermedades como el tifus.
Región de Transnistria
© Mihai Andrei Leaha
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Papuşa recuerda con
intenso dolor como sus hermanos y hermanas yacían muertos sobre el suelo, sin
un lugar donde enterrarlos, sus cuerpos permanecieron allí hasta que llegaron
los perros. De los siete hermanos, solamente Papuşa y dos de sus hermanas
sobrevivieron al Porrajmos.
A la pregunta de por qué
sobrevivió, Papuşa responde que fue voluntad de Dios, sólo él sabe por qué
suceden las cosas.
Pasados casi dos años
desde que llegaran a Transnistria, el avance del Ejército Rojo hizo que los nazis
abandonaran la región, pero los rusos no resultaron ser los anhelados libertadores,
llegaron disparando al aire y los obligaron a huir una vez más, de nuevo hacia
Rumania.
Y otra vez en el camino,
andaban en una larga hilera, el viaje de regreso duró alrededor de un año.
Nadie sabía por dónde regresar ni cómo cruzar los ríos, se perdieron varias
veces y eso supuso en numerosas ocasiones tener que dar marcha atrás. Algunos caminaban
descalzos, muchas personas murieron en el trayecto. Incluso hoy en día, la
gente a esa ruta la denomina el "Camino de los Gitanos".
Cuando finalmente
llegaron, todo resultó horrible, estaban hambrientos, derrotados y no tenían
dónde vivir. Alguien les dio tiendas de campaña, y poco a poco las cosas comenzaron
a mejorar.
Papusa se casó con un hombre
Romaní natural de Iasi, tuvieron doce hijos, nueve de los cuales aún están
vivos hoy en día.
Rumanía pasó del fascismo
al comunismo y el dictador Ceausescu gobernó el país con mano de hierro. La
vida para Papusa sufrió pocos cambios, continuó caminando de un pueblo a otro
vendiendo calderas de cobre.
En
2014 decidió emprender el camino hacia un mundo mejor junto a dos de sus hijos,
su destino, Suecia. Cuando llegó por primera vez al país escandinavo, Papusa se
asentó junto a un grupo de Romaníes, de la misma parte de Rumania que ella, en
un estacionamiento en Kista al norte de Estocolmo. Un día de abril, un sueco de
25 años atacó al grupo, prendió una prenda de una de las mujeres y empezó a
gritar de una manera amenazante. Todo el mundo corría huyendo, unos chocaban
contra otros. Papusa perdió todas sus pertenencias. Se tuvo que marchar de
allí.
Hoy en día Papusa se
dedica a la mendicidad por las calles de Estocolmo, pocas personas conocen la
terrible historia de sufrimiento padecido durante la II Guerra Mundial por esa
mujer que les pide una moneda.
Papuşa Ciuraru
pidiendo limosna
en las calles de Estocolmo.
© Aftonbladet
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Papusa ama con todo su
corazón a sus nietos. Llora cuando no puede estar con ellos. Pero tiene que pedir
para que puedan permanecer en la escuela. La vida en Rumania se tornó muy
difícil, es por eso que tomó la difícil decisión de marcharse a Suecia.
Papusa gana treinta o
cuarenta coronas al día, come sólo si alguien le ofrece algo y guarda cada moneda
como si de un tesoro se tratase. Papusa se ve obligada a dormir al aire libre,
como solía hacerlo hace 70 años. Esta vez ella no pone tallos de maíz en el suelo,
sino cajas de cartón que los vendedores de fruta en Högtorget han dejado atrás,
se envuelve en las mantas que algunos trabajadores sociales le han dado y se
acurruca entre su hijo y su hija bajo las escaleras de una sala de conciertos
de la capital sueca.
Antes de que se duerma,
Papusa ora a Dios para que la policía no venga y los obligue a marcharse, reza
para que sea una noche tranquila y que ningún borracho los amenace. Pero no
importa lo que pase seguirá adelante por el amor hacia sus nietos.
Los sobrevivientes de la deportación
durante la II Guerra Mundial tienen derecho a una pequeña pensión en Rumania.
Papusa rellenó un formulario hace un par de años y firmó con la letra
"X" en lugar de una firma en la parte inferior, durante toda su vida,
Papusa ha querido aprender a leer y escribir, pero nunca ha tenido la
oportunidad. Las autoridades rumanas aún no han contestado a la instancia
presentada por Papusa.
Entre los dedos de sus
manos sus mejores y únicas posesiones, tres anillos de cobre que su abuelo le hizo
hace muchos años y que los soldados nunca le robaron, ellos representan su
memoria, su historia, su vínculo con el pasado. Sin embargo, Papusa llora cada
vez que recuerda lo sucedido a ella y a su pueblo hace más de 70 años.
Papuşa Ciuraru
durante el acto de recuerdo
a las víctimas del Holocausto en Estocolmo,
tras el
acto volvió a las frías calles de la capital sueca.
© Stiftelsen Expo
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Fuentes:
- Papusa sobrevivió al Holocausto Romaní - ahora ella pide en Estocolmo. Artículo
periodístico aparecido en el Aftonbladet el 29 de noviembre de 2015.
- Två kvinnor i centrum när
Förintelsens offer hedrades. Artículo periodístico de Per
Luthander en Stiftelsen Expo. 28 de enero de 2016.