Rostás
Janosné
© Romedia
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Rostás Janosné nació en una familia Romaní de
ocho hermanas y hermanos el 25 de septiembre de 1933 en Zalakávás, Hungría.
Los diez miembros familiares compartían una modestísima
choza para porquerosen mitad del campo. Ninguno de los chiquillos tuvo la
oportunidad de asistir al colegio, el pueblo se hallaba demasiado lejos de
donde vivían para ir caminando todos los días. Su madre, la pobre, tenía que
dejar solos a los más pequeños durante cada jornada, y, acompañada de los
mayores trabajar en lo que salía. Tras sus duras jornadas laborales, las
personas para las que habían trabajado, les entregaban comida a cambio de su
sudor y esfuerzo.
La persecución de los Romaníes en Hungría no
comenzó con el estallido de la Segunda Guerra Mundial ni cesó con el final de
la guerra, sin embargo, alcanzó su punto más álgido durante la ocupación alemana
de Hungría entre el 19 de marzo de 1944 y el 4 de abril de 1945. Durante este
período, que es relativamente corto en comparación con otros países de Europa,
la máquina de persecución y de exterminio nazi se puso a trabajar a toda potencia
contando para ello con la colaboración de las Nyilas húngaras (Cruces Flechadas),
con su mezcla fatal de crueldad y eficiencia.
Así fue creciendo Rostás, pero, todo empeoró
un fatídico día de noviembre de 1944 al amanecer, un día que parecía como otro
cualquiera, de esos llenos de incertidumbre, miseria y alegría de vivir. Hasta
la cabaña llegaron un gran número de gendarmes y miembros de las cruces flechadas,
rodearon la choza y en mitad de un gran vocerío, reunieron a toda la familia y
se los llevaron detenidos. Tuvieron que dejar atrás sus escasas pertenencias,
lo único que pudieron llevar consigo; un poco de comida y algo de ropa. En el
trayecto los reagruparon junto a otros detenidos que provenían de otros
lugares, en total unas veinte o treinta personas. Los montaron en carros y los
condujeron a Szentgyörgy. Tomaron la ruta de Zalakávás, es decir, primero
fueron al pueblo y luego los llevaron a Zalaegerszeg en tren, en ese lugar había
algo parecido a una especie de campo de agrupamiento, allí habían reunido a
judíos y Gitanos. Estaban custodiados por gendarmes. Era otoño, un otoño de días
muy fríos, oscuros y tristes. Los mantuvieron alrededor de una semana en
Zalaegereszeg, mientras tanto, seguían llegando más y más personas. Pasados
esos siete días los llevaron hasta la estación de tren de Zalaegerszeg y los montaron
en trenes. Había muchos vagones de esos para transporte del ganado. En cada uno
de ellos se apretujaban unas cuarenta personas, apenas podían moverse. No les
dieron comida y los piojos los devoraban. Muchos niños murieron en aquel
maldito viaje. Estuvieron viajando unos tres o cuatro días. Y lo más terrible
de todo, en pocas ocasiones les dieron agua para beber. Rostás recuerda con
dolor la terrible sed que padeció en aquel infernal trayecto.
Llegaron
a la fortaleza de Komárom. En 1944 el campo de Komárom sirvió
como punto central de detención de los Romaníes húngaros en espera de su
deportación a los campos de concentración en Alemania como mano de obra
esclava. Muchos de los que se quedaron en el Campo de Komárom murieron de
hambre. Sólo alrededor de 4.000 de los 10.000 internados allí consiguieron sobrevivir.
Cuando los romaníes llegaron a Komarom, Durante
el primer o segundo día, los miembros de una familia se quedaron juntos. Más
tarde, se clasificaron en grupos: hombres mayores de 14 años, mujeres mayores
de 14 años sin bebés y niños menores de 14 años y madres con niños pequeños.
Cuando se separaron, no tenían forma de saber que la mayoría de ellos nunca se
volverían a ver. Los guardias húngaros y alemanes ejercieron una extrema
crueldad hacia ellos, azotándolos, a menudo indiscriminadamente.
Fortaleza
Csillageröd en Komárom
© H.
Szabó Sándor / ORFK
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Nada más llegar a Komárom los
obligaron a formar en filas y procedieron a llevar a cabo una selección,
separaban, de entre los alineados, a todos los adultos aptos para trabajar,
entre ellos a muchas mujeres. Su padre se encontraba entre el grupo de los seleccionados.
Nunca más volvería a verlo, ni tan siquiera alguna vez lograría enterarse a
dónde lo se lo llevaron. Nunca se lo dijeron. ¿Se lo llevaron al tren? ¿O le
dispararon allí mismo? Las selecciones eran frecuentes, siempre del mismo modo,
llegaban soldados alemanes con porras de goma y se llevaban el número de
prisioneros que querían, así fue como, también se llevaron a dos de sus
hermanos, Lajos Horváth y Gyula Horváth, Lajos logró regresar con vida, pero
Gyula murió en Alemania. La vida en aquel lugar resultaba insoportable, el frío
helado, apiñados en una especie de búnker, alojados en enormes túneles huecos
excavados bajo tierra, o al aire libre, o en las habitaciones de la fortaleza
que corrían por los largos pasillos. Los guardias estaban de pie encima de
ellos, armados con rifles, ametralladoras y látigos. Había muchos niños
pequeños, algunos todavía bebés, murieron tantos niños, estaban junto a sus
madres, ¡pero no tenían nada para alimentarlos, nada más que lo poco que les
daban! Las condiciones eran deplorables. No había inodoros ni medios posibles
de improvisar. La situación empeoró aún más cuando se desencadenaron varias
enfermedades, incluida la fiebre tifoidea. Todos los días pasaban carros o
carretillas para recoger los cadáveres que se habían apilado. Fueron colocados
en los carros con horcas y arrojados al Danubio o en un enorme pozo de yeso.
Rostás era una niña pequeña, pero salía
adelante como podía. Recuerda el insufrible dolor provocado por el hambre. Cualquier
motivo se convertía en una buena excusa para golpearlos, si no se alineaban
para el pan, les pegaban con porras de goma, si no estaban bien alineados en
las filas, les pegaban con porras de goma…
Sobre la base de las investigaciones de
Karsai, Kenrick y Puxon afirman que en diciembre de 1944, las madres con niños
pequeños fueron enviadas a casa desde Komarom, mientras que el resto de
prisioneros de 14 años en adelante los enviaron a varios campos de
concentración en Alemania. En el grupo de los que se marcharon a casa se
hallaban Rostás y su madre. La señora Janosné afirma que, un día de invierno, de
repente, las dejaron marcharse. Les abrieron las puertas de la fortaleza y se fueron.
Los prisioneros salieron corriendo en todas direcciones, ella corría de la mano
de su madre. Huida, libertad. Se propusieron regresar a su humilde choza, para
ello se montaban sin billete en los trenes, ya que no tenían dinero. A veces las
expulsaban, en otras ocasiones las dejaban continuar el viaje, o si no se veían obligadas a caminar. Los
pocos florines que conseguían mendigando se los gastaban en comprar algo de comida.
Tardaron tres o cuatro días en llegar a su modesta casa, sería por Navidad. No
había nadie, y el estado de la cabaña era deplorable, todas las ventanas
estaban rotas, el invierno de una crudeza imposible las mataría por congelación.
Se habían llevado todo, incluido el poco trigo que almacenaba su padre en el
desván, allí ya no quedaba nada, sólo miseria y pobreza.
Aquel tiempo fue muy duro, una vida llena de
dificultades, pero si algo tiene un Gitano es ganas de vivir, de salir
adelante. Para lograr sobrevivir plantaron patatas en la tierra que había cerca
de la casa, llegó la primavera y las patatas salvaron sus vidas, patatas era
todo lo que necesitaban para sobrevivir, una economía enteramente de
subsistencia. Trabajaban por comida. Porque por aquel entonces, todas sus
hermanas se habían casado. Rostás era la más joven. En una ocasión que se
marchó a realizar un trabajo a Jegespuszta, encontró al que se convertiría en
su esposo. Pero, la alegría no le duró mucho a nuestra Rostás y a pesar de
haber tenido una hija con él, su marido la abandonó.
Tiempo después Rostás volvió a casarse y se
instaló en Bolozsa. Lleva junto a su marido desde hace cuarenta años, y a lo
largo de este tiempo han formado una familia de cuatro hijas. Rostás se dedicó
a criar a sus pequeñas y su esposo a trabajar. Cuando la más pequeña de sus
hijas cumplió cinco años, Rostás comenzó a trabajar limpiando casas.
La hija, de su primer matrimonio, se marchó a
vivir a América. Rostás es una mujer mayor, el Estado húngaro le pasa una
pequeña y escasa pensión por sus hijas, pero muy poca pensión.
Fuentes
-
Entrevista realizada a Rostás Janosné por Janos Barsony el 6 de febrero de 2000
en Meggyeskovács.
-
Pharrajimos: The Fate of the Roma During the Holocaust de Janos Barsony y Agnes
Daroczi. IDEA. 2008. Páginas 157-159.
-
The Roma a Minority in Europe. Story, history and memory: a case study of the
Roma at the Komarom camp in Hungary de Katalin Katz. Central European
University Press. 2007. Páginas 69-87
-
“Magyarországi cigány Holocaust” (Hungarian Gypsy Holocaust) Phralipe .
J. Bársony, (Oct. 1996), pp. 11–15.
-
A History of the Gypsies of Eastern Europe and Russia . D. M.
Crowe, (London/New York, 1995), pp. 89–91;
-
A magyarországi cigánykérdés dokumentumokban. Mezey, L. Pomogyi and I. Tauber, 1422– 1985(The
Hungarian Gypsy Question in Documents, 1422–1985) (Budapest, 1986), p. 31.
-
The Destiny of Europe’s Gypsies. D. Kenrick. and G. Puxon, (London,
1972),
-
M. Lakatos, A cigányok sorsa 1944-ben (The Fate of the Gypsies in
1944) (Budapest, 1984).
-
A cigánykérdés Magyarországon 1919–1945, Út a cigány Holocausthoz (The
Gypsy Question in Hungary 1919–1945: The Way to the Gypsy Holocaust). L.
Karsai, (Budapest, 1992), p. 136.