viernes, 26 de abril de 2019

Rostás Janosné

Rostás Janosné
© Romedia Foundation

Rostás Janosné nació en una familia Romaní de ocho hermanas y hermanos el 25 de septiembre de 1933 en Zalakávás, Hungría.

Los diez miembros familiares compartían una modestísima choza para porquerosen mitad del campo. Ninguno de los chiquillos tuvo la oportunidad de asistir al colegio, el pueblo se hallaba demasiado lejos de donde vivían para ir caminando todos los días. Su madre, la pobre, tenía que dejar solos a los más pequeños durante cada jornada, y, acompañada de los mayores trabajar en lo que salía. Tras sus duras jornadas laborales, las personas para las que habían trabajado, les entregaban comida a cambio de su sudor y esfuerzo.

La persecución de los Romaníes en Hungría no comenzó con el estallido de la Segunda Guerra Mundial ni cesó con el final de la guerra, sin embargo, alcanzó su punto más álgido durante la ocupación alemana de Hungría entre el 19 de marzo de 1944 y el 4 de abril de 1945. Durante este período, que es relativamente corto en comparación con otros países de Europa, la máquina de persecución y de exterminio nazi se puso a trabajar a toda potencia contando para ello con la colaboración de las Nyilas húngaras (Cruces Flechadas), con su mezcla fatal de crueldad y eficiencia.

Así fue creciendo Rostás, pero, todo empeoró un fatídico día de noviembre de 1944 al amanecer, un día que parecía como otro cualquiera, de esos llenos de incertidumbre, miseria y alegría de vivir. Hasta la cabaña llegaron un gran número de gendarmes y miembros de las cruces flechadas, rodearon la choza y en mitad de un gran vocerío, reunieron a toda la familia y se los llevaron detenidos. Tuvieron que dejar atrás sus escasas pertenencias, lo único que pudieron llevar consigo; un poco de comida y algo de ropa. En el trayecto los reagruparon junto a otros detenidos que provenían de otros lugares, en total unas veinte o treinta personas. Los montaron en carros y los condujeron a Szentgyörgy. Tomaron la ruta de Zalakávás, es decir, primero fueron al pueblo y luego los llevaron a Zalaegerszeg en tren, en ese lugar había algo parecido a una especie de campo de agrupamiento, allí habían reunido a judíos y Gitanos. Estaban custodiados por gendarmes. Era otoño, un otoño de días muy fríos, oscuros y tristes. Los mantuvieron alrededor de una semana en Zalaegereszeg, mientras tanto, seguían llegando más y más personas. Pasados esos siete días los llevaron hasta la estación de tren de Zalaegerszeg y los montaron en trenes. Había muchos vagones de esos para transporte del ganado. En cada uno de ellos se apretujaban unas cuarenta personas, apenas podían moverse. No les dieron comida y los piojos los devoraban. Muchos niños murieron en aquel maldito viaje. Estuvieron viajando unos tres o cuatro días. Y lo más terrible de todo, en pocas ocasiones les dieron agua para beber. Rostás recuerda con dolor la terrible sed que padeció en aquel infernal trayecto.

Llegaron a la fortaleza de Komárom. En 1944 el campo de Komárom sirvió como punto central de detención de los Romaníes húngaros en espera de su deportación a los campos de concentración en Alemania como mano de obra esclava. Muchos de los que se quedaron en el Campo de Komárom murieron de hambre. Sólo alrededor de 4.000 de los 10.000 internados allí consiguieron sobrevivir.

Cuando los romaníes llegaron a Komarom, Durante el primer o segundo día, los miembros de una familia se quedaron juntos. Más tarde, se clasificaron en grupos: hombres mayores de 14 años, mujeres mayores de 14 años sin bebés y niños menores de 14 años y madres con niños pequeños. Cuando se separaron, no tenían forma de saber que la mayoría de ellos nunca se volverían a ver. Los guardias húngaros y alemanes ejercieron una extrema crueldad hacia ellos, azotándolos, a menudo indiscriminadamente.

Fortaleza Csillageröd en Komárom
© H. Szabó Sándor / ORFK

Nada más llegar a Komárom los obligaron a formar en filas y procedieron a llevar a cabo una selección, separaban, de entre los alineados, a todos los adultos aptos para trabajar, entre ellos a muchas mujeres. Su padre se encontraba entre el grupo de los seleccionados. Nunca más volvería a verlo, ni tan siquiera alguna vez lograría enterarse a dónde lo se lo llevaron. Nunca se lo dijeron. ¿Se lo llevaron al tren? ¿O le dispararon allí mismo? Las selecciones eran frecuentes, siempre del mismo modo, llegaban soldados alemanes con porras de goma y se llevaban el número de prisioneros que querían, así fue como, también se llevaron a dos de sus hermanos, Lajos Horváth y Gyula Horváth, Lajos logró regresar con vida, pero Gyula murió en Alemania. La vida en aquel lugar resultaba insoportable, el frío helado, apiñados en una especie de búnker, alojados en enormes túneles huecos excavados bajo tierra, o al aire libre, o en las habitaciones de la fortaleza que corrían por los largos pasillos. Los guardias estaban de pie encima de ellos, armados con rifles, ametralladoras y látigos. Había muchos niños pequeños, algunos todavía bebés, murieron tantos niños, estaban junto a sus madres, ¡pero no tenían nada para alimentarlos, nada más que lo poco que les daban! Las condiciones eran deplorables. No había inodoros ni medios posibles de improvisar. La situación empeoró aún más cuando se desencadenaron varias enfermedades, incluida la fiebre tifoidea. Todos los días pasaban carros o carretillas para recoger los cadáveres que se habían apilado. Fueron colocados en los carros con horcas y arrojados al Danubio o en un enorme pozo de yeso.


Rostás era una niña pequeña, pero salía adelante como podía. Recuerda el insufrible dolor provocado por el hambre. Cualquier motivo se convertía en una buena excusa para golpearlos, si no se alineaban para el pan, les pegaban con porras de goma, si no estaban bien alineados en las filas, les pegaban con porras de goma…

Sobre la base de las investigaciones de Karsai, Kenrick y Puxon afirman que en diciembre de 1944, las madres con niños pequeños fueron enviadas a casa desde Komarom, mientras que el resto de prisioneros de 14 años en adelante los enviaron a varios campos de concentración en Alemania. En el grupo de los que se marcharon a casa se hallaban Rostás y su madre. La señora Janosné afirma que, un día de invierno, de repente, las dejaron marcharse. Les abrieron las puertas de la fortaleza y se fueron. Los prisioneros salieron corriendo en todas direcciones, ella corría de la mano de su madre. Huida, libertad. Se propusieron regresar a su humilde choza, para ello se montaban sin billete en los trenes, ya que no tenían dinero. A veces las expulsaban, en otras ocasiones las dejaban continuar el viaje,  o si no se veían obligadas a caminar. Los pocos florines que conseguían mendigando se los gastaban en comprar algo de comida. Tardaron tres o cuatro días en llegar a su modesta casa, sería por Navidad. No había nadie, y el estado de la cabaña era deplorable, todas las ventanas estaban rotas, el invierno de una crudeza imposible las mataría por congelación. Se habían llevado todo, incluido el poco trigo que almacenaba su padre en el desván, allí ya no quedaba nada, sólo miseria y pobreza.

Aquel tiempo fue muy duro, una vida llena de dificultades, pero si algo tiene un Gitano es ganas de vivir, de salir adelante. Para lograr sobrevivir plantaron patatas en la tierra que había cerca de la casa, llegó la primavera y las patatas salvaron sus vidas, patatas era todo lo que necesitaban para sobrevivir, una economía enteramente de subsistencia. Trabajaban por comida. Porque por aquel entonces, todas sus hermanas se habían casado. Rostás era la más joven. En una ocasión que se marchó a realizar un trabajo a Jegespuszta, encontró al que se convertiría en su esposo. Pero, la alegría no le duró mucho a nuestra Rostás y a pesar de haber tenido una hija con él, su marido la abandonó.

Tiempo después Rostás volvió a casarse y se instaló en Bolozsa. Lleva junto a su marido desde hace cuarenta años, y a lo largo de este tiempo han formado una familia de cuatro hijas. Rostás se dedicó a criar a sus pequeñas y su esposo a trabajar. Cuando la más pequeña de sus hijas cumplió cinco años, Rostás comenzó a trabajar limpiando casas.

La hija, de su primer matrimonio, se marchó a vivir a América. Rostás es una mujer mayor, el Estado húngaro le pasa una pequeña y escasa pensión por sus hijas, pero muy poca pensión.

Fuentes
- Entrevista realizada a Rostás Janosné por Janos Barsony el 6 de febrero de 2000 en Meggyeskovács.
- Pharrajimos: The Fate of the Roma During the Holocaust de Janos Barsony y Agnes Daroczi. IDEA. 2008. Páginas 157-159.
- The Roma a Minority in Europe. Story, history and memory: a case study of the Roma at the Komarom camp in Hungary de Katalin Katz. Central European University Press. 2007. Páginas 69-87
- “Magyarországi cigány Holocaust” (Hungarian Gypsy Holocaust) Phralipe . J. Bársony, (Oct. 1996), pp. 11–15.
- A History of the Gypsies of Eastern Europe and Russia . D. M. Crowe,  (London/New York, 1995), pp. 89–91;
- A magyarországi cigánykérdés dokumentumokban.  Mezey, L. Pomogyi and I. Tauber, 1422– 1985(The Hungarian Gypsy Question in Documents, 1422–1985) (Budapest, 1986), p. 31.
- The Destiny of Europe’s Gypsies. D. Kenrick. and G. Puxon,  (London, 1972),
- M. Lakatos, A cigányok sorsa 1944-ben (The Fate of the Gypsies in 1944) (Budapest, 1984).
- A cigánykérdés Magyarországon 1919–1945, Út a cigány Holocausthoz (The Gypsy Question in Hungary 1919–1945: The Way to the Gypsy Holocaust). L. Karsai,  (Budapest, 1992), p. 136.