Elvira Rosenbach,
nacida Laubinger,
fotografiada en 1940
© Niedersächsischen
Verband Deutscher Sinti e.V
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Elvira Rosenbach, nacida Laubinger, vino al
mundo en Berlin el 2 de abril de 1929. Su padre se llamaba Hugo Laubinger y su
madre Wilhelmine.
Pasados unos años del nacimiento de la
pequeña Elvira, la familia se mudó a Aquisgrán, vivieron allí durante un tiempo
en el que habitaron un modesto apartamento. Elvira tuvo pronto que abandonar la
escuela, solamente había transcurrido un
año y medio del comienzo de su etapa educativa cuando se vio obligada a tener que
dejarla. Luego, llegaron las primeras tarjetas de racionamiento. Todo se fue
complicando a medida que los nazis aseguraban su poder en Alemania, en 1938 a
su hermano y a su cuñada los arrestaron en Kassel, y otra de sus hermanas se
incorporó al año obligatorio en el que permanecería ocupada en una granja como criada.
El año obligatorio lo introdujeron los nazis en 1938, iba dirigido a todas las
mujeres menores de 25 años, y las comprometía a un año de trabajo realizando
tareas de agricultura y limpieza. Pero ante la detención de su hermano y su
mujer, su hermana tuvo que ir hasta Kassel para traerse a los cinco hijos de éste,
el más pequeñito tenía nueve meses. Un día su madre recibió una carta que
decía: "Deben salir de la ciudad en
24 horas". ... este fue el motivo que llevó a la familia a Brunswick. En
ese tiempo Elvira contaba alrededor de ocho años. No tenían nada, ni caravana,
nada, solo con un modesto carro y seis niños llegaron a Brunswick. Al principio
los parientes les ayudaron a salir adelante. A su hermana la obligaron a
abandonar su trabajo en el año obligatorio, no le permitían llevarlo a cabo
porque era Sinti, al volver encontró trabajo repartiendo carbón, su padre
trabajaba en una fábrica de hierro. Elvira se matriculó de nuevo en la escuela,
pero duró sólo unos días ya que las autoridades municipales obligaron a todos
los Romanís de la ciudad a abandonar el colegio.
En el transcurso de 1938 a los Gitanos de
Brunswick los obligaron a vivir internados en el Campo de Confinamiento de
Gitanos de Veltenhof.
Campo
de Confinamiento de Gitanos de Veltenhof en 1940
©
Sammlung Gerda Held/Stadt Braunschweig
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El alcalde de la ciudad ordenó en una carta fechada
el 25 de febrero de 1938 que, desde el 1 de julio de 1938, sólo se permitía la
instalación de caravanas Romanís en el lugar habilitado para tal fin en
Brunswick-Veltenhof. En ese lugar los forzaron a realizar trabajos para los
granjeros: recolectando o cortando zanahorias, cogiendo patatas detrás de la
máquina o recolectando guisantes, frijoles o pepinos. Algunos trabajaron en el
puerto. A los niños no se les permitía acudir a la escuela, así que, a muchos
de ellos, los abocaron a ponerse a trabajar... Cuando Elvira tenía unos doce
años, su madre recibió una carta, en la que le comunicaban que a partir de ese
momento estaba obligada a incorporarse a trabajar a una lavandería. La niña tenía
que caminar todos los días hasta la lavandería una distancia total de casi 20
kilómetros, porque, como en muchas otras ciudades alemanas, los Sinti de Brunswick
tenían prohibido el uso de autobuses y tranvías.
Placa
memorial en el lugar donde se encontraba
el Campo de Confinamiento de
Veltenhof
© Karsten Mentast
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1943. “Y llegó el fatídico día, concretamente era un sábado... vino la
policía y comenzó a gritar: "¡Hoy
nadie acudirá a trabajar!". ... Fueron carromato por carromato
preguntando si teníamos guardado oro o dinero. El oficial Wenzel, que se detuvo
frente a nuestra caravana, habló con mi madre. Mi madre guardaba en una caja roja
algo de dinero, estaba hecha como si fuera un libro y ella les entregó todo el
dinero. Wenzel lo cogió, se lo guardó en su bolsillo y no anotó nada. Entonces,
le dije a mi madre en nuestro idioma: "Mamá,
el hombre se ha guardado el dinero en su bolsillo". Ella me dijo que
me tranquilizase. Pero los ancianos, ya sabían lo que iba a ocurrir, tenían ese
presentimiento. Cuando nos subimos a los trenes, los mayores decían: "Nosotros, los viejos, nunca volveremos a nuestra
casa, aquí". ... La policía criminal nos ha dicho, os dirigís a algún
lugar de Polonia, allí se os hará entrega de una pequeña casa, un pedazo de
tierra y ganado, y luego tendréis que trabajar solos.” En ese momento estaban
viviendo su deportación al campo de concentración y exterminio de
Auschwitz-Birkenau. Elvira tenía trece años. Tras la marcha a su deportación de
los Romanís de Veltenhof la policía prendió fuego a las pertenencias y a los carromatos de los deportados.
Tras varias jornadas de extenuante y
dramático viaje, el miércoles 3 de marzo de 1943, el tren se detuvo, bajaron
del convoy entre gritos, golpes y miedo. A Elvira la convirtieron en la
prisionera Z-247, registraron todos sus datos en los libros del campo y le tatuaron
el número en su antebrazo:
"Entonces
llegamos a Auschwitz. Desde que llegamos al campo no paraban de golpearnos.
[...] No había arena, el suelo estaba lleno de barro. Los zapatos se quedaban
atascados. [...] Un niño se cayó, otro perdió su bolsa. Allí estábamos y yo ya
sabía lo que estaba pasando. [...] Los niños iban muriendo poco a poco, mi
madre murió, a mi padre lo golpearon de tal forma que lo mataron a golpes”.
La vida se convirtió en un infierno, el
hambre causaba estragos entre lo internados, ésta conducía a la desnutrición y
a las enfermedades. Elvira cayó enferma de tifus."A los adultos les daban café por la mañana, a mediodía estaba la
sopa de agua con nabos y por la noche había una cuarta parte de pan y otro tanto
[una pequeña cantidad] de margarina. Ya está. Eso era todo, esa era la ración
diaria".
A Elvira Laubinger la obligaron a trabajar en
la unidad de las cocinas en el Bloque 1, en el kommando que se encargaba de
pelar patatas, separada del resto de su familia. Le pegaron numerosas veces,
sobre todo si la descubrían robando mondas de patatas que luego se comía, la agarraban
y le pegaban una y otra vez, una y otra vez. Como aquel grupo de prisioneras
solo lo componían mujeres y niñas se encontraban particularmente expuestas a la
arbitrariedad y al acoso de los hombres de las SS:
"Por la noche, uno
entró en la [...] cocina, en la zona de pelar patatas, era un Hauptscharführer,
uno mayor, que venía solo por la tarde o por la noche.
... Gritaba, '¡fuera de las
camas, vamos!', [...] salgan de las camas, fuera de las camas ', a
continuación,' fuera del barracón',' bajen'. [...] Luego decía, tan rápido como
disparaba, que teníamos que tirarnos al suelo, y así lo hacíamos. Allí en el
suelo, estábamos las mujeres de la cocina, las que pelábamos patatas y las responsables
del barracón. Mientras yacíamos ahí, decía, [...] ¿Qué tal si empezara ahora a
pegaros? [...] Lo hacía todas las semanas. [...] Teníamos que empezar a
ponernos de pie y a tumbarnos una vez detrás de otra, todo esto en un suelo, en
ocasiones, lleno de barro, sobre piedras muy afiladas, y todo eso nos obligaba
a hacerlo durante horas y cuando estábamos tumbadas se paseaba sobre nuestras
espaldas con sus pesadas botas. [...] [Nunca lo olvidaré], [...] teníamos que
saltar durante horas ante él".
Wilhelmine, la madre de Elvira, murió a causa
del hambre, ella tenía escondidas varias monedas de oro en el interior de la
litera. Hugo, el padre de Elvira, cambió estas monedas a un kapo por pan y
margarina. Pero el kapo no recibió la cantidad acordada con él, así que Hugo le
prometió que el resto se lo entregaría al día siguiente. Pero, el Kapo traicionó
a su padre y lo entregó a las SS. Lo golpearon con tal crueldad que murió a
consecuencia de la paliza. Además de sus padres, los cinco hijos de su hermano
August y su hermana Ida con sus dos hijos murieron en el "campo Gitano".
En la primavera de 1944, el 15
de abril, meses antes de la liquidación del Zigeunerlager de Birkenau a Elvira
la transfirieron al campo de concentración de Ravensbrück. En ese lugar la obligaron a realizar trabajos
forzados en una fábrica de armamento.
El 11 de octubre de 1944 y luego el 14 de
octubre de 1944, un total de 217 niñas y mujeres Romanís (49 del Kommando
Altenburg, y 168 del Kommando HasaG-Taucha) fueron enviadas de vuelta a
Auschwitz-Birkenau en un transporte. Al llegar al campo, los SS procedieron a una
selección, algunas prisioneras fueron devueltas nuevamente a Ravensbrück,
mientras que el resto terminó en las cámaras de gas. Elvira se encontraba entre
quienes fueron enviadas de regreso a Ravensbrück, allí siguió realizando trabajo esclavo a pesar de que su
cuerpo ya no podía aguantar más. La liberación le llegó a nuestra Elvira en la primavera de 1945 en un
campo satélite de Ravensbrück, cerca de Leipzig.
Elvira Laubinger sobrevivió al Porrajmos, sus
parientes, sus primos, habían quedado dispersados durante la guerra. Tras
regresar del infierno Elvira se encontraba sola. Comenzó a buscar trabajo cerca
de Hamburgo, lo encontró en una granja, durante un año tuvo que hacer todo tipo
de tareas agrícolas. Algunas personas le comentaban: "Seguro que todavía tienes que tener algún pariente". Junto a
una amiga que también había estado en los campos de concentración volvieron a
Brunswick para buscar a sus familiares. "Me bajé del tren y fui a Veltenhof... No vi ninguna caravana allí, y
donde estaba la nuestra había caído una bomba. Imagina, llego y ¡no vi a ningún
ser humano! No había nadie allí". Entonces regresó a Hamburgo sin haber
localizado a ninguno de sus familiares. ¡Sólo después de muchos años supo que
su hermana todavía estaba viva! Todos los demás habían muerto en el Porrajmos.
Elvira
Rosenbach en
sus años de juventud.
©
Familia Laubinger
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Elvira conoció a su marido tiempo después de la
guerra y formó una familia. Su marido también había estado internado en
Auschwitz-Birkenau, era un hombre muy activo
y trabajador, quería vivir, era joven y ya había pasado por mucho. Tuvieron
siete hijos, pudieron haber sido once chiquillos, pero dos niñas y dos niños,
ambos gemelos, se le murieron cuando tan solo eran unos bebés. Tras la guerra
la familia vivió en un carromato, un carro de hojalata, en la Schillerplatz de
Hamburgo, en los inviernos pasaban mucho, muchísimo frío. Eran muy pobres, posteriormente se
mudarían a una vivienda. Elvira cayó gravemente enferma a consecuencia de las profundas
huellas que en su cuerpo habían dejado los años internada en los campos de
concentración y de la dureza, que siendo una chiquilla, tuvo que soportar realizando
trabajos forzados, además, de las constantes palizas y vejaciones sufridas durante
su calvario. Ante las muchas necesidades que asolaban a la familia, el padre tuvo
que tomar la difícil decisión de internar a sus hijos en un Hogar, para los
chiquillos aquello significó un verdadero trauma.
Los hijos
mayores Rolfi (izquierda)
y Rigo (derecha)
©
Familia Laubinger
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En 1956 se instalaron en una casa de campo en
Windsbergen, había un gran jardín con 24 árboles frutales. Allí la familia
volvió a reunirse, los niños podían jugar, había muchas montañas de arena. Cerca,
algunos parientes vivían en caravanas. Su hija dice con respecto a su madre: “Mi madre fue buena. Siempre estábamos
felices cuando nos hallábamos en casa. Nuestra madre hizo todo lo que pudo por
nosotros”. No había mucho. Seguían siendo demasiado pobres. Pero no
necesitaban juguetes caros, se sentían libres, jugando al fútbol o saltando a la
comba… “En Navidad teníamos una muñequita,
botas de agua, chándal. Éramos muchos niños y las niñas teníamos una muñeca,
Caperucita Roja. Tenía trenzas y cabello negro. En casa nunca pasamos hambre.
Éramos pobres, pero siempre había algo para comer. Todos los domingos mi madre
horneaba dos pasteles grandes en una fuente. Ella nos preparaba budines. Al
lado vivían nuestros vecinos, una pareja de ancianos alemanes, que nos ayudaron
mucho, mucho, mucho.”
Sus
hijos; Ilonka H. con su hermana
menor Angelika y su hermano Willi
delante de la
caravana en Hildesheim,
alrededor de 1968.
©
Familia Laubinger
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Los niños pasaban en el hogar unas cuatro
semanas, seis semanas, justo hasta que Elvira regresaba a casa después de las
hospitalizaciones. Más tarde, cuando Elvira tuvo que ser de nuevo hospitalizada,
entregaron a los niños a unos familiares de Hildesheim.
Una de sus hijas recuerda que la abuela nunca
besaba a los nietos por miedo a transmitirles la enfermedad. Durante toda la
vida de Elvira fueron constantes los ingresos en el hospital.
Elvira
Rosenbach.
©
Familia Laubinger
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Nunca quiso narrar a sus hijas todo su
sufrimiento durante el Porrajmos. Si alguna de ellas le preguntaba qué
significaba el número de su antebrazo, ella cambiaba de tema pues nunca quería
hablar de eso, era tan intenso y profundo el dolor que llevaba en el interior
de su corazón y su alma que le impedía hablar de aquellos años. Poco tiempo antes
de que Elvira falleciera, la visitó un médico; Éste vio el número de prisionera
del campo de concentración tatuado en su antebrazo y le comentó que quería
escribir sobre su vida. Pero antes de que eso sucediera, Elvira murió. Elvira
tan sólo habló en una ocasión acerca de aquellos años, fue en una entrevista
que concedió a Cornelia Maria Hein y Heike Krokowsk para su
libro “Es war unmenschenmöglich“. Sinti aus Niedersachsen erzählen – Verfolgung und Vernichtung im
Nationalsozialismus und Diskriminierung bis heute“. El
capítulo "Dios no quería quemarme" presenta el testimonio de Elvira,
su esposo, la Sra. Krokowski y la Sra. Weiss. Lo hizo para que otras personas
conocieran todo lo que sufrió, para que puedan leerlo y sepan lo que sucedió, también
para sus nietos. Ella comentó: "Si alguna
vez estudian el tema en la escuela, enseñadles el libro".
Ilonka
H. (izquierda) en conversación con
su hermana Angelika L. en 2018 durante
la
entrevista en la que relatan la
experiencia
de su madre en el Porrajmos.
© Maria Anna Willer
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Fuentes:
- Die Akte Zilli
Reichmann: Zur Geschichte der Sinti im 20. Jahrhundert. Heiko Haumann. S.
Fischer Verlag. 2016.
- Aus Niedersachsen nach
Auschwitz. Niedersächsischer Verband Deutscher Sinti
Verlag für Regionalgeschichte,
2004
- Der Lange Schatten des Völkermords
an Sinti und Roma. Heimkimdheidt der Nachkriegsjahre bis 1975.
Entrevista realizada por Maria Anna Willer a Ilonka H. y Angelika Laubinger. Páginas 8-13.
- Es war
unmenschenmöglich".Sinti aus Niedersachsen erzählen - Verfolgung und
Vernichtung im Nationalsozialismus und Diskriminierung bis heute. Q: Hein,
C.M.; Krokowski, H.:" Hrsg. vom Niedersächsischen Verband Deutscher Sinti
e.V., Hannover 1995. Páginas 35-37.
- Memorial Book: The Gypsies at
Auschwitz-Birkenau. State Museum of Auschwitz- Birkenau. K.G.
Saur, New York. 1993. Volumen I. Páginas 40-41.