martes, 8 de abril de 2014

Hugo Höllenreiner


Hugo Höllenreiner
© Familia Höllenreiner

El día 8 de abril es un día especial para el pueblo Gitano, en esta fecha se conmemora el Día Internacional del pueblo Romaní, en muchos lugares del mundo se lanzarán a los ríos; flores y velas encendidas, que flotarán arrastradas por la corriente; como símbolos del caminar de un pueblo que un día inició su camino en la región del Punjab, como recuerdo y homenaje de aquellos que sufrieron la barbarie a lo largo de tantos años de peregrinaje sólo por haber nacido Gitanos, particularmente los miles de Romaníes víctimas del Porrajmos y como reivindicación del respeto que se merece la cultura Romaní con siglos de bagaje a sus espaldas. Hoy el camino azul y verde de mi río Guadalquivir llevará una flor, un pensamiento y una vela de agradecimiento para un hombre grande y bueno, Hugo Höllenreiner.

Hugo Höllenreiner nació en el seno de una familia Sinti el 15 de septiembre de 1933 en Munich, Alemania.

En esta ciudad se desarrolló su infancia junto a sus padres, Josef y Sophie y sus cinco hermanos; Emma, Manfred, Peter, Rigo y Rosi, en la calle Deisenhofener en el distrito de Giesing.


Familia Höllenreiner, Hugo es el chiquillo
situado a la derecha de la fotografía.
© Familia Höllenreiner

Su padre trabajó durante mucho tiempo para una empresa de transportes. Hugo y sus hermanos asistían diariamente a la escuela, allí sufrían la continua discriminación motivada por los prejuicios generalizados que sobre los Romaníes tenían el resto de niños, muy influenciados por la ideología racial imperante durante los años del III Reich en Alemania.


Con el inicio de la guerra su padre fue llamado a filas, luchó con valentía hasta que en 1941 fue expulsado de la Wehrmacht por su origen Romaní. Josef volvió junto a su familia.


El padre de Hugo, Josef Höllenreiner, aquí
vestido con su uniforme junto a su esposa Sophie.
© Familia Höllenreiner

La vida para los Höllenreiner definitivamente cambió… en la mañana de 8 de marzo de 1943, Hugo dormía plácidamente en su cama, de repente, a eso de las 5 de la madrugada, se escucharon fuertes golpes que provenían de la puerta de su hogar, en el exterior voces muy graves ladraban órdenes ¡Auftehen! ¡Levántense! ¡Levántense! Miedo, pánico, terror... ¡Abran inmediatamente! En la penumbra, Hugo pudo distinguir los uniformes de la policía, había seis o siete, pululaban por toda la casa, abriendo puertas y cajones, registrándolo todo. Uno de ellos le habló de muy mal modo a su madre: “Pon en una maleta ropa y comida para un par de días. Vais a ser enviados a trabajar a Polonia, ¡Ja, ja, ja! un nuevo trabajo.” Su madre conminó a los niños para que se dieran toda la prisa posible en vestirse. Fuera, el cielo estaba aún oscuro, hacía frío a pesar del abrigo de lana que Hugo llevaba puesto. En la calle había más policías, empujaban a más personas que como a ellos se los llevaban detenidos, todos eran Romaníes Sinti, como su familia, entre ellos también sus primos, sus tíos y sus tías. Los niños reflejaban en su cara el pánico, muchos aún se hallaban medio vencidos por el sueño, así lo hacían ver sus ojos pegados. Los adultos se encontraban totalmente desconcertados, muy asustados también. Cuando finalizaron de agruparlos, uno de los policías gritó ¡Marchen! Caminaron y caminaron bajo el sombrío y frío silencio del amanecer. Al rato, muchos de los adultos se percataron del lugar al que los conducían, “¡La Ettestrasse!” susurraron algunos de ellos, “¡Oh, Dios mío!”. La Ettstrasse era la principal prisión policial de Munich.


Prisión policial de la Ettstrasse de Munich.
© Rufus46

Los Höllenreiner formaban parte del grupo de 140 Romaníes que ocuparon las celdas de la prisión. La madre de Hugo, con el amor que sólo saben entregar las madres, repartía a los suyos la poca comida que había podido llevar consigo, adelantándose a los acontecimientos se guardó donde pudo algo de alimento para que sirviese de suplemento a las exiguas raciones que seguro les darían en la prisión. Los policías volvieron a repetirles que serían trasladados para trabajar "en el Este".

Hugo, un niño de tan solo nueve años de edad, estaba muy asustado, preguntaba de forma insistente a su padre porqué los habían detenido, porqué los habían encarcelado. Hugo nunca ha podido olvidar la respuesta, que de forma taxativa, le dio su progenitor: "Porque somos Gitanos".

El 13 de marzo de 1943 la policía condujo a la familia Höllenreiner, junto con los demás Romaníes que estaban detenidos en la prisión policial y 300 judíos de Munich hasta la estación de tren de Milbertshofen, los montaron en un convoy formado por vagones para transporte de ganado. Dentro de aquel claustrofóbico lugar los recuerdos de Hugo se centran en la sequedad de su boca, el hacinamiento, la falta de alimento y de agua, el miedo. Los adultos lloraban y gemían, los niños se sorbían los mocos y lloraban. Solamente en el segundo día de los empleados en el viaje recibieron un sorbo de agua pero nada de comida. Si se pudiera oler la vergüenza y la humillación, esta olería como los orines que emanaban desde la esquina de ese oscuro vagón de ganado, un hedor tan fuerte y agudo que impedía a Hugo adivinar el olor de la carne medio podrida en medio del trozo de pan rancio que su madre le dio para intentar engañar la insoportable sensación de hambre. Ella se había guardado pedacitos de pan y algo de carne, de los que les daban en la prisión, ocultándolos en sus bolsillos por si hacía falta en algún momento. Pero la carne estaba en mal estado y eso provocó que la familia cayera enferma. Hugo y sus hermanos lloraban desesperados por el dolor en mitad del incesante traqueteo del vagón de tren que los transportaba hacia el Este.


El convoy se detuvo, luego, tras una sacudida, se puso en movimiento de nuevo, las ruedas chirriaban al negociar una cerrada curva antes de que de forma paulatina aminorara su marcha hasta detenerse. Sonó el golpe seco de los cerrojos de la puerta del vagón al descorrerse, era de noche pero todo estaba iluminado por unas luces muy potentes que cegaban los ojos de Hugo y de aquellos que se encontraban tras las puertas abiertas de los vagones. ¿Dónde estaban? “¡Raus, raus, schneller!” Hugo recuerda como si fuese hoy como gritaban y como sonaban los pasos al moverse con rapidez sobre las piedras de las vías.”¡Fuera, todos fuera! ¡Vamos, más rápido!” Ladridos de fieros perros pastores alemanes. De repente una lluvia de golpes, los SS los golpeaban con las culatas de sus armas, empujándolos fuera de los vagones, gritos, miedo, terror. Otros hombres con trajes a rayas de prisioneros también los golpeaban. Obligaron a los recién llegados a situarse formando cinco filas. ¡Posición de firmes! Y de nuevo los guardias de las SS volvían a la carga con golpes y más golpes con las culatas de sus armas en cuanto se percataban de que alguien no obedecía sus órdenes. Hugo se encontraba muy débil, aterrorizado contemplando aquel vasto espacio rodeado de vallas de alambre de espino, por todos lados había guardias que se comportaban de manera brutal. Mas nunca podrá olvidar de aquella primera impresión el olor a carne quemada que desprendía la humareda que flotaba y se elevaba sobre aquel lugar de pesadilla, el terrible olor que se mezclaba con el hedor a basura y excrementos, el olor asfixiante, el olor de la muerte. Habían llegado al campo de concentración y exterminio de Auschwitz-Birkenau, era el 16 de marzo de 1943. Los llevaron hasta unas instalaciones donde los obligaron a desnudarse, hombres y mujeres juntos, era la rutina que los nazis seguían con los recién llegados al campo. Les afeitaron las cabezas y los embadurnaron con unos polvos blancos para despiojarlos. Les tatuaron a cada uno de ellos un número precedido de la letra Z. Hugo se convirtió en el prisionero Z- 3529.



Z-3529
© Der Spiegel

Los condujeron a un barracón largo y oscuro, sin ventanas, el suelo lleno de barro fangoso por la lluvia. Por la mañana Hugo pudo comprobar que había docenas de barracones similares al que se encontraban ellos. Se hallaban en el sector BIIe de Birkenau, el Zigeunerlager, que había sido creado recientemente. No muy lejos de aquella zona del campo dos grandes chimeneas escupían constantemente una densa humareda de olor nauseabundo.

En Birkenau la vida resultaba prácticamente un imposible, las terribles condiciones imperantes hacían que cada nuevo día se convirtiera en un milagro. El hacinamiento, la sed y el hambre, Hugo nunca olvidará aquellas largas noches llenas de dolor y frío llorando a su madre implorando un trozo de pan. Hugo y uno de sus hermanos fueron sometidos a terribles experimentos médicos por el doctor Josef Mengele, a los que ambos sobrevivieron, a pesar de que les quedaron secuelas para toda la vida.

La situación para los Höllenreiner mejoró cuando su padre fue nombrado jefe de Barracón, a partir de ese momento recibían algo más de pan.

En el verano de 1944, antes de la liquidación del Campo para Familias Gitanas de Birkenau, Hugo, su madre y sus hermanos fueron primero transferidos al Campo de Concentración de Ravensbrück, y posteriormente al de Mauthausen, para finalmente ser enviados al de Bergen-Belsen.

El 15 de abril de 1945 Hugo, su madre y sus hermanos fueron liberados por el Ejército Británico en este último campo, milagrosamente sobrevivieron a dos años de terribles sufrimientos.

Su padre, mientras tanto había sido deportado al Campo de Concentración de Sachsenhausen, y también consiguió sobrevivir.


Hugo Höllenreiner perdió a treinta y seis miembros de su familia en el Porrajmos.


Hugo fotografiado en Birkenau durante los
actos del 67 aniversario de “La Noche de los Gitanos”
© Nigel Dickinson

Tras la liberación se hizo difícil rehacer la vida, Hugo y su familia regresaron a Munich pero la totalidad de sus pertenencias habían desaparecido, además en su casa vivía otra persona. No tenían nada.

Finalmente decidieron instalarse en Ingolstadt, pero la vida para los Romaníes poco había cambiado tras la contienda mundial, el odio contra los Gitanos pervivía prácticamente con la misma intensidad que antes de la guerra, incluso en la escuela.

El señor Höllenreiner luchó denodadamente, como muchos de sus compañeros de sufrimiento, por una compensación por la injusticia que sufrieron durante la época nazi en Alemania. Los tribunales alemanes no reconocieron, en la mayoría de los casos, la motivación racial de la persecución de los Romaníes y denegaron cualquier tipo de compensación.


Hugo quedó traumatizado por tanto dolor y sufrimiento padecidos entre 1943 y 1945, durante 50 años no se encontró con la fuerza suficiente para hablar de la experiencia personal vivida durante la guerra pero consiguió vencer sus miedos y lleva años acudiendo a escuelas, institutos y a cualquier lugar que le pidan para narrar sus vivencias.



Fotografía de Hugo Höllenreiner tras una
conferencia junto al alumnado del Hanns Seidel
Gymnasium en Hösbach el 5 de febrero de 2013.
© Hanns Seidel Gymnasium

La escritora Anja Tuckermann escribió la historia de Hugo en el libro titulado “Denk nicht, wir bleiben hier“.


Portada del libro “Denk nicht, wir bleiben hier“
© Dt Taschenbuch-Verlag


Hugo siempre repite que "Fuimos perseguidos, torturados y asesinados sólo porque somos Gitanos".

Hugo Höllenreiner falleció en junio de 2015.

Fuentes:
- Entrevista a Hugo Höllenreiner en Ingolstadt, Alemania llevada a cabo el 26 de julio de 1999 por Barbara Spangler con la ayuda del cámara Walter Klotz.
-“Denk nicht, wir bleiben hier“. Die Lebensgeschichte des Sinto Hugo Höllenreiner, Anja Tuckermann München 2005.
-“Ich wusste, es wird schlimm“. Die Verfolgung der Sinti und Roma in München 1933-1945, Ludwig Eiber. München 1993.
- Memorial Book: The Gypsies at Auschwitz-Birkenau. State Museum of Auschwitz- Birkenau. Volumen II. Páginas 936-937.
- Hugo Höllenreiner (geb. 1933) „Weil wir Sinti sind...“ Ns-Dokumentationszentrum-Munich.